La carta esta esperando frente a mi, como una bomba de relojería, o como una esfinge impenetrable.Su presencia me interroga; ¿ cuanto tiempo continuaré dandole la espalda antes de reunir el valor suficiente para enfrentarme a mi destino, y abrirla? "A lo mejor se trata de un concurso. Hoy ya he entregado otras 5 iguales..”. - me dijo Trini, la cartera, mientras le firmaba el recibo del certificado con mi huella dactilar en su aparatito electrónico .”Un premio, seguro que sí. ...” le contesté incrédula, mientras ella se despedía a toda prisa corriendo por la escalera hacia abajo. “ Perdona, me tengo que ir. Ya sabes que el aparatejo éste controla cada minuto que estoy parada, el tiempo que tardo entre una entrega y otra, y si mis promedios bajan, me lo quitan del sueldo…” Los colores de mi empresa en el sobre dejan claro de dónde procede. Y mi nombre, tal y como figura en el DNI, (que sólo aparece en papeles oficiales) y que viniera certificada no hacen...
No tengo habitación propia; esto me ha hecho recordar el ensayo de Virginia Woolf sobre este tema. En mi habitación compartida no hay una mesa con una silla donde poder sentarme tranquilamente a leer o escribir. Si quiero hacerlo ha de ser en un salón común, rodeada de usuarios afectados en distinto grado y con la televisión encendida. Imposible evitar el ruido y la falta de concentración. Estoy ingresada en un hospital psiquiátrico. No tengo acceso a un ordenador donde escribir o editar mis textos o simplemente buscar en el diccionario las palabras que me generan duda cuando leo o escribo. Y mi actividad principal aquí dentro es esa: leer y escribir. Como puedo. Como si estuviera bajo una intensa lluvia y tuviese que preservar mis manos de barro. Como si viviese en una tormenta continua a la que no me entrego aunque muchas veces me gustaría. Porque a veces querría que pasase el tiempo sin tener que vivirlo, sin ser consciente, aunque así se fuera diluyendo todo. Llevo ya...